"Recordando mi historia, debo reconocer que Dios ya estaba en acción en mi vida y que el Espíritu Santo guiaba a mis padres y su situación, para enseñarme el modo de vivir la caridad, el amor, el servicio, el apostolado que debería desarrollar. Dios prepara "sus destinados al trabajo" con un plan bien preciso. Hoy bendigo el haber nacido en una familia numerosa, inmigrada del sur de Italia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45), obedeciendo a mis padres que nos pedían a mí y a mis hermanos muchos sacrificios.
He vivido la dependencia del alcohol de mi padre, la necesidad de mi madre de tener que trabajar y a veces permanecer fuera de casa porque trabajaba como enfermera. Mi padre a menudo tenía exigencias y yo sentía el deber de obedecer. Cuando se quedaba sin cigarrillos, por ejemplo, me llamaba hasta que me levantaba, aún si estaba en cama y era tarde en la noche.
Pensando ahora esta historia, debo admitir que todo esto era guiado por el Espíritu Santo, que quería formar en mí una mujer libre de miedos, de pereza, del bloqueo que da el sufrimiento. Es cierto que una niña sufre cuando debe salir de la cama temblando para correr por una calle, durante la noche, en la obscuridad, por un paquete de cigarillos para su padre. Este simple hecho, hoy lo quiero relevar para dar gloria al Señor que obraba en mí, prepar*ndome también a través de la dependencia y fragilidad de mi padre. Cada ocasión me sirvió para madurar en la libertad interior, en la capacidad de salir de mí misma, sin considerar el frío, el miedo, el sueño...
Hoy me encuentro sirviendo a los jóvenes y a las personas que en algún modo intercepto en mi camino, que necesitan de mí, de una sonrisa, de un abrazo, de una palabra, de un apretón de mano, de una mirada expresiva. Siento en mi interior una fuerza potente, la fuerza de donar la vida, que me empuja a pensar primero en los demás antes que satisfacer mis necesidades de hambre, de sueño y cansancio, de salud, olvidando mis miedos y temores.
Quisiera que esto fuese un mensaje para tantos jóvenes, para tantas chicas que me escriben contando su triste historia durante la infancia. Frecuentemente se han encerrado en lo negativo que han vivido. Quisiera invitarles a releer su historia desde la fe, mirando a Dios que es Padre, que no nos abandona jamás, que no nos pierde jamás de vista. Hoy creo que cada pequeño sufrimiento que he tenido ha sido vivido con Jesús, ha sido absorbido, sufrido y vencido por Él.
Estos son mis recuerdos de niña, muchas cruces, muchas alegrías, mucha presencia de María... Lo cuento para que cada niña y mujer, niños y hombres, todos ustedes que leerán estas líneas puedan recibir el entusiasmo y la alegría, pensando que Dios quiere entretejer una historia apasionada con cada uno de ustedes que han vivido dramas en sus familias, humillaciones, frustraciones, marginación, violencia... Sepan que el dolor es la oración más auténtica, es Jesús en la cruz, Jesús vivo hoy, Jesús resucitado para consolarnos.
Como mujer quizás jamás me hubiese arriesgado a comenzar una aventura como aquella: vivir 24 horas al día con personas adictas a las drogas, porque era consciente de mis límites. Como consagrada, debo reconocer que Dios obra más allá de mi debilidad y fragilidad, más allá de mi pecado.
Me había dado cuenta que los jóvenes estaban abandonados y marginados de esta sociedad consumista. Me daba cuenta que en las familias no existía más el diálogo, ni la comunicación, ni la confianza entre esposos ni entre padres e hijos: los jóvenes eran dejados sólos.
Así vino la llamada a abrir las puertas a ellos, a los descarriados, a aquellos más desesperados que se encuentran en las estaciones, por las calles, sobre los trenes.
La llamada que viene de Dios, te rinde capaz de hacer obras y creer en cosas que tú no hubieses jamás pensado ni imaginado, y por lo tanto, no era fácil explicar esto a mis superiores. Pedí a ellos, muchas veces durante varios años, el poder abrir una casa para acoger a estas personas. Justamente me ponían por delante todos mis límites y pobrezas, diciéndome con claridad: « Tú no estás preparada, no tienes la cultura suficiente ». Yo consentía diciendo: "es verdad, pero yo no puedo más dormir tranquila".
Dentro de mí se había desencadenado un volcán y sentía que debía dar una respuesta a aquél Dios que me había dado un Don para restituir a los jóvenes. Ha sido una espera muy dolorosa.
Finalmente aceptaron e inicié en una vieja casona abandonada y en mal estado que contaba con algunos campos cultivables, y que el intendente de la ciudad de Saluzzo nos había dado en comodato. Esta casa no era habitable, pero he llegado con tanto entusiasmo y fe, que junto a otras dos hermanas y a una laica consagrada, hemos abierto las puertas después de una semana y los primeros chicos habían entrado.
Se levantaban e iban a trabajar en los campos. Sólo había transcurrido un mes y una mañana uno de ellos se sentó junto a nosotros mientras rezábamos y dijo: "Yo también quiero entender lo que hacen ustedes". En un principio no les hemos propuesto la oración, sino hemos dicho: "acogemos al hombre así como es", el hombre hecho a imágen de Dios, por lo tanto es oración para nosotros que tenemos fe. También otros después de él, se han unido a nosotros en la oración.
El primer momento en el cual mi alma ha exultado, ha sido cuando de la voluntad espontánea de ellos, han tomado entre las manos el breviario y se han puesto a rezar con nosotros. He vivido una gratitud inmensa a Dios por haberme donado la alegría intensa de ver a los jóvenes, que hasta poco tiempo antes eran esclavos del mal y de las tinieblas, rezar con nosotros.
Al inicio hemos vivido mucha pobreza porque no teníamos nada. Eran cuatro paredes sin puertas ni ventanas, hierbas por todos lados y nosotros no teníamos elementos de trabajo: ni mesas, ni sillas...nada!
Recuerdo que un sábado fuí al mercado y me detuve delante de los instrumentos de trabajo agrícola. Los miraba con nostalgia porque no podíamos trabajar sin ellos, pero no podía comprarlos porque no teníamos dinero. Probablemente era extraño ver a una monja que se fijaba en artículos de trabajo. En efecto, ha pasado junto a mí un hombre y me preguntó: "Hermana, ¿necesita alguna cosa?" y yo respondí: "Sí, me serviría este artículo y este otro, pero no tengo dinero". El me dijo: "ningún problema, tome lo que necesite y yo lo pago".
Después este señor me acompañó a la casa, que queda a algunos kilómetros del centro y me dijo: "Vamos, yo le llevo todo". Nos había comprado la cortadora de pasto y todo lo necesario para ocupar a los chicos en ordenar la casa.
Este ha sido el primer signo de la Providencia en nuestra Comunidad, un signo que me ha abierto los ojos todavía más frente a la Obra de Dios que estaba comenzando.
Estaba abriendo una Comunidad como muchas otras en Italia, pero en aquel momento entendí que no debía "apuntar" sobre las seguridades humanas que nos ofrecían (dinero, propiedades...), o sobre redes de padres de familia con disposición a dar aquello que se les pedía en favor de salvar a su hijo de la adicción a las drogas. Me dí cuenta que debía proponer el amor de Dios y confiarme totalmente a Él.
Proponiendo el Amor de Dios debíamos eliminar de manera radical la dependencia segura del dinero que a los chicos había servido para "suicidarse". Jóvenes que gastaban, a veces, más de 300 Euros al día en droga: para ellos el dinero era una llamada a la muerte. Para mí era fundamental proponer la oración y la confianza en Dios y no desilusionarlos.
Al adicto a las drogas no se le puede hablar en modo teórico. Sobre todo al inicio, no pueden entender el amor de Dios, ven sólo tu amor. Deben ver que tú tienes una misericordia infinita a través de gestos concretos.
Por este motivo era necesario excluír de nuestra terapia, aquello que rinde seguros a todos los hombres: el dinero.
Cuando tienes dinero te sientes más fuerte, más poderoso y a veces también más prepotente, así como hacían ellos cuando tenían mucho dinero en el bolsillo.
Esta ha sido una gran elección de libertad que la Comunidad ha hecho.
Los chicos mismos quedaban sorprendidos de que para entrar en nuestra comunidad, no fuese necesario pagar una renta o contar con el dinero que el gobierno da en algunos casos para este servicio público de recuperación.
Pero el motivo fundamental era demostrar a los chicos que Dios existe verdaderamente, que Él es un Padre interesado en sus hijos y que la Providencia vigila sobre nosotros día y noche. No podíamos explicar estas cosas con palabras, tenían que tocarlo con sus manos, experimentarlo personalmente.
Hemos vivido momentos de gran pobreza y de máxima esencialidad, hemos comido mucho tiempo con las manos porque no teníamos cubiertos, hemos dormido en el piso sobre la hierba que cortábamos durante el día porque no teníamos colchones y camas, hemos esperado los tiempos de Dios como elección de fe.
Nos hemos puesto en la condición de ser pobres, porque queríamos atraer la Providencia y la Misericordia de Dios. Lo que estaba iniciando, para mí también era incomprensible, era algo grandioso, de belleza, de importancia para Dios.
Desde aquel momento Dios no ha dejado de sorprenderme, han nacido otras casas, muchos jóvenes, familias...ahora también los consagrados: de verdad "para Dios nada es imposible"...".
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